El poder del contenido en la era digital

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Por la Máquina de escribir

“No te olvides del contenido, lo demás viene por añadidura”
Juan José Hoyos

¿Qué fue primero, las imágenes o las palabras? o recuerdas la frase: “una imagen vale más que mil palabras”.

En la época del contenido compartido, bien sea por redes sociales o a través de emails, servicios de mensajería, entre otros, se ha venido priorizando lo visual con sus colores, líneas y diseños agradables sobre textos cada vez más desaliñados que se utilizan para llenar un espacio al que hoy por hoy solemos llamar copy.

Era 1994 cuando por primera vez conocí algo mágico que llamaban: internet. En un principio, el matrimonio no fue tal cual me lo esperaba, a través de ftp, que quizá algunos lectores recuerden y sino hago mención a su significado: “era un protocolo de transferencia de archivos”, que permitía comunicarnos con personas distantes en cuestión de segundos, y recibir una respuesta en forma de test con una rapidez asombrosa. El futuro ya estaba allí, en el presente, tan sólo nos tomó un tiempo muy corto entre ese momento hasta conocer los primeros navegadores web, que por cierto, uno se pregunta hoy ¿qué habrá sucedido con ellos?

Luego vino la revolución del e-mail, pero para mí fue en el año de 1998 el inicio de un matrimonio con el internet que hasta ahora cumple 20 años, y como buenos cónyuges hemos vivido momentos excepcionales y otros no tanto.

Ver también: Escribir para los medios o escribir para trascender 

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Si había conocido el internet en 1994 y ya para 1996 navegaba en la telaraña de Netscape en el poco contenido que podía encontrar indexado manualmente en sitios como Yahoo, Altavista o Metacrawler. ¿Por qué entonces hasta 1998 no contraje nupcias? Es que fue ese año cuando logré dejarme seducir por sus encantos, justo en ese momento pedí su mano mediante un correo que abrí y todavía conservo y leo, no con la misma frecuencia que en un comienzo, pero de vez en cuando lo abro para eliminar los cientos de e-mails publicitarios que el spam no alcanza a filtrar.

¿Recuerdan cómo a comienzos del año 2000 se presagiaba el fin de los ordenadores a la hora cero del primero de enero?, pues no llegó, como tampoco se acabó el mundo en el año 1000, cuando se difundió la idea en el mundo cristiano, el famoso Y2K o lo que se conocía también como el efecto 2000, que no pasó de ser un pequeño dolor de cabeza para algunos estudiantes de una biblioteca en los Estados Unidos que les cobró a sus alumnos 100 años de multa por el retraso en la entrega de los libros o el daño de algunas máquinas menores como parquímetros o teléfonos móviles alrededor del orbe.

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Había llegado el nuevo siglo y, con él, también el internet como la conocemos hoy, aquella dama que coteja todo con “algoritmos”, donde es posible encontrar de todo y comprar hasta lo impensable. Aunque no pretendo de ninguna manera hacer acá un escrito sobre la historia de la gran telaraña, las descargas, el streaming, las redes sociales o todo aquello tan conocido por el lector; mi pretensión está enfocada en el contenido. ¿Qué es un libro donde todas sus páginas están vacías?, ¿podríamos acaso referirnos a él como tal?

El contenido como su nombre lo indica contiene, y contener es llenar, ocupar; sin embargo llenar simplemente no es garantía, en absoluto, que lo que esté allí sea de calidad. Un buen contenido posibilita que tengamos lectores de calidad, y me refiero a un lector analítico y crítico, un lector participativo. No obstante, las imágenes también hacen parte esencial para un lector que cada vez quiere leer menos.

¿Qué ha suscitado ese efecto?, ¿por qué cada día leemos menos?, y ¿por qué lo que leemos está cada vez más recortado, a manera de resumen, con un par de imágenes y títulos resaltados?, ¿será que disponemos de contenido en exceso?, me inclino a pensar que sí.

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Nunca antes habíamos experimentado un acceso a la información como ahora. Podemos leer sobre cualquier disciplina que queramos con sólo teclear su nombre. El enigma del algoritmo posibilita una lista de sitios en los cuales zambullirnos sin necesidad de que profundicemos para sentir que hemos estado allí. El internauta es una especie de persona que le gusta navegar de un lugar a otro, de una manera rápida, para encontrar respuesta a sus inquietudes cotidianas, y es en este terreno donde las redes sociales constituyen una enorme trama en la cual comunicar y comunicarnos con nuestros semejantes de un modo casi fortuito.

Las toneladas de información que contienen la maraña de servidores interconectados a lo largo y ancho del universo almacenan todo lo que podríamos llamar conocimiento al alcance de un par de gigas. Medimos todo a lo que accedemos por un tamaño estipulado, que a diferencia del libro numerado, este otro contenido está indexado por una medida de transferencia y velocidad con la que logramos entrar.

Ver también: ¿Cómo escribir un buen artículo periodístico?

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El oficio para quienes escribimos debe ser cada vez más responsable porque nuestros lectores no son los mismos que existían antes. El lector actual es veloz y no recurre a la fuente, por eso, nuestra responsabilidad está en el respeto que demostremos hacia él, bien sea sólo con nuestros copies escritos en un par de párrafos para los lectores que buscan aguas más profundas al navegar.

Es importante identificar cuál es la audiencia a la que nos dirigimos y cuál es formato más adecuado, bien sea en redes sociales, blogs o incluso chats, porque hasta un pequeño mensaje puede abarcar todo y bien lo enseñó Monterroso en su famoso cuento: “El dinosaurio”, en el cual, dos párrafos bastan para comunicar un mensaje.

El lector contemporáneo no busca leer novelas en las redes, indaga por otro tipo de expresiones más adaptadas a los nuevos formatos u originales narraciones; quizá el storytelling sea el nuevo cuento, porque en esencia los seres humanos siempre hemos tenido las mismas necesidades y por ello hemos de encontrar mecanismos acordes con la época para resolverlos.

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Vivimos en un siglo privilegiado, ¡no nos quepa la menor duda!, si el siglo de las luces se distinguió por la ilustración, nuestro siglo se destaca por la información. Pero, ¿qué los hace diferentes el uno del otro?, es simple: la información hoy está al alcance de un mayor número de personas, por el contrario, en el siglo XVIII, cuando la información era un privilegio de unos pocos, actualmente es un derecho y una necesidad.

Así pues, escribe con la responsabilidad que representa hacer parte de este nuevo siglo, lee siempre en búsqueda de las fuentes o como suelen llamarlas hoy: los validadores de la información.

Veinte años no son nada como dice el tango de Gardel y parece como si hubiésemos visto casi todo, pero quiero creer que estamos tan sólo ante la punta del iceberg.

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